En el siglo V adC ya nos avisaban que una de las causas del dolor es la separación del objeto amado. Y no se ofendan por lo de objeto, que traducir del sánscrito no es fácil.
Para pelearse con el dolor hay varias posibilidades. Algunos orientales, creyéndose estúpidos y sabiéndose sabios, o viceversa, dejan de amar para evitarlo y se convierten en samurais o en pokémones. Algunos occidentales, sabiéndose estúpidos y creyéndose sabios (o viceversa) incrementan el amor hasta que el dolor llega a límites insoportables, se convierten en romeos y julietas, y acaban suicidándose en una iglesia como ejemplo para futuras generaciones de amantes. O escriben tangos. O peor aún, boleros.
Yo, que me sé estúpido, me paso el día mirando la bandeja del correo y los mensajes del móvil, esperando esa palabra que no va a llegar. Cómo también me creo sabio, intento conformarme con lo que me queda de ti: el amanecer que no tuvimos y la salada infinitud del horizonte en tu mirada.
Tú estabas en Londres abortando el hijo que nunca tuvimos -aquí no se podía abortar legalmente, aunque se hacía en condiciones inhumanas-. No habíamos salido al extranjero. A ti te echaron las monjas del colegio y te mandaron a casa, pero te fuiste al Parque de los Príncipes a fumar porros. Yo estaba perdiendo al ajedrez cuando empezó a sonar la música militar en la radio del bar. A ti, que compartiste mi vida tantos años, aún no te conocía. Tú habías huido de mí y lo viste con la boca abierta y alucinada en una televisión australiana donde nunca daban noticias de España. La gente, silenciosa, acumulaba comida en los supermercados y nosotros no teníamos dinero -fin de mes para estudiantes de principio de los ochenta- ni televisor para ver las noticias. Pasamos la noche en casa de unas vecinas treintonas, pegados a una televisión que recuerdo en blanco y negro, no sé si por Objetivo Birmania, porque así estaba mi alma o porque realmente era en blanco y negro. Pensamos en irnos a Portugal. Buscamos un amigo con coche. Estábamos en las listas. Había listas.Se ha convertido en tradición. Este texto se publica anualmente en esta bitácora desde el 23-F de 2006.
Ahora tu marido -al que entonces aún no conocías- se está muriendo poco a poco. Tú te acabas de separar. Yo me sigo creyendo el mismo, aunque no tengo el pelo largo y casi no tengo pelo ya. A ti te conocí y te perdí, creo que afortunadamente para los dos. De ti no sé casi nada, sólo que estás muy delgada y que vives en Cádiz después de haberte ido tan lejos. Tengo la nevera llena y un cajón con velas, pilas y linternas por si hay una catástrofe. Y un grabador de DVD con disco duro. Voy a Portugal a dirigir tesis doctorales. Tengo un coche. Nunca juego al ajedrez. Mi alma tiene días en blanco y negro, pero ahora esos días los veo con colores sucios.
Ellos pasaron pocos años en las cárceles (se les aplicó el código del 73 que ahora se reinterpreta para otros terroristas). Comían marisco que les llevaban de los mejores restaurantes y tenían celdas individuales amplias y limpias.
A nosotros nos enseñaron que la libertad tiene un límite que nunca nos permitirán traspasar. Hace venticinco años. Yo tenía veinte y me iba a comer el mundo. Ese día me di cuenta que ese bocado era demasiado duro. Que los Hombres Grises nunca me dejarían.
Siete altares de Hércules y sus siete faros te irán indicando el camino. Contemplarás el primero de ellos en el farallón de Calpe y el segundo en Melaria, a un día de navegación. Verás la efigie del dios rá coronando los acantilados de Baelo y la cuarta estatua asomará en los declives de Baessipo; la quinta luce con el fulgor del oro en la rocas de Mergablum y el sexto día de travesía aprecerá a tu diestra el templo de Melqart. Finalmente, el sexto día avistarás el santuario de Baal Hammón, cerca de la bocana del puerto gadirita.Este texto está extraído de la novela Tartessos de Jesús Maeso de la Torre. Se agradece el intento de novela histórica sobre nuestra civilización más antigua, aunque la obra no esté demasiado conseguida y el uso de los signos de puntuación sea más propio del inglés que del español. Según indica el mismo autor en una nota a pie de página los siete faros serían seis:
Con lo único que me siento feliz es con las matemáticas. La nieve, el hielo, las cifras. Para mí, el sistema numérico es como la vida humana. Primero están los números naturales, los que son enteros y positivos. Son los números de un niño pequeño. Pero la conciencia humana se amplía y el niño descubre el deseo. ¿sabe cuál es la expresión matemática para el deseo? Los números negativos: la formalización de la sensación de que te falta algo. Entonces el niño descubre los espacios intermedios entre las piedras, entre las personas, entre los números, y aparecen las fracciones. Es como una especie de locura, porque nunca se llega al final, nunca se detienen allí. Hay números que no podemos ni empezar a comprender. las matemáticas son un paisaje inmenso y abierto. Te diriges hacia el horizonte que siempre retrocede. Como en Groenlandia. Y yo soy incapaz de vivir sin eso. Por eso no puedo estar encerrada.Diálogo de Smila, misterio en la nieve
I
Ahora sé que no debí
quererte de esa manera,
sé que mi vida entera
por tu culpa la perdí.
Pero era joven y guapo
y prendido en tu belleza
dí galope a mi tristeza
e hice versos para ti.
Dejé mi linda casita
y a mi vieja, pobrecita,
un buen disgusto le dí.
Te llevé con mis amigos,
hicimos un lindo nidito
y empezamos a vivir.
Yo pensaba que por guapo
serías siempre para mí.
Yo pensaba que por guapo
serías siempre para mí.
II
Que desencanto no tendría
y cuánto no lloraría
aquel día tan nefasto
en que al abrir el buzón
encontraba tu mensaje
con toda su sinrazón.
Entre sus amargas letras
yo dejé mi corazón.
Te fuiste
lejos de mí huiste
para nunca más volver.
Y yo ansiaba reencontrarte
para poder vengarme
y dejar de padecer.
He pasao mi vida entera
acordándome de ti.
Yo pensaba que por guapo
serías siempre para mí.
III
¡Si ya casi ni me acuerdo
y aún me pongo a llorar!
Que tus ojos eran lindos
no recuerdo mucho más
Pero después de tanto tiempo
y de haberte olvidado
me has dejado destrozado
sin poderme enamorar.
Desde aquí yo te maldigo
y de nuevo yo te digo
que te quiero reencontrar,
pues después de tanto tiempo
yo necesito vengarme
para poder olvidarte.
He pasao mi vida entera
acordándome de ti.
Yo pensaba que por guapo
serías siempre para mí.
Lo peor de todo no es volver a verte todos los días a la hora del aperitivo. Ni siquiera recordar tu cuerpo desnudo, tu tatuaje secreto, esa serpiente que parecía avanzar lentamente hacia tu sexo inflamado por el deseo, tu lencería de seda azul eléctrico acariciando tus pezones erectos, tus gemidos, tus miradas...
No. No es lo peor no poder hablar de esta oculta historia, ni tener que disimular delante de los amigos, ni estar obligado a bromear con tu marido de los resultados del domingo... como si yo no estuviera pensando en ese cuerpo que se supone suyo.
Ni lo es tampoco esa tensión interior que querrá reventar mi verga desde dentro cuando te agaches a recoger el tabaco de la máquina y las nalgas marquen dos superficies perfectamente curvas bajo tu ropa. Ni tampoco es lo peor intentar olvidar a que sabía esa cueva tuya llena de jugos armónicos o cómo intentabas atraer dentro de tu boca todo mi ser en un solo trago.
No. Lo peor de todo es que todo acabó, que parece no haber ocurrido nunca, que se va convirtiendo en recuerdo poco a poco y que quizás dentro de diez años nos riamos recordando que un día fuimos amantes. Y esa risa futura me hiela el alma hoy mismo, mientras te veo sonreír encima de las sábanas, diciéndome dulcemente que esta es la última vez.
No vivió mil años. Y además, ya no tengo al Profe para comentarme la historia.11-S (1973): Vive mil años
Te odio. No debería decir esto, ni debería contárselo a nadie, pero es verdad. Te odio. Como nunca he odiado a nadie. Ni a las mujeres que me han hecho daño sentimental (y han sido muchas, porque quiero mucho a las mujeres) ni a los hombres que me han estafado (y han sido muchos, hasta que perdí la fe en la humanidad).
Nadie me ha hecho lo que tú me hiciste. Y no tengo derecho a decírtelo, porque hay gente, personas, humanos, que tienes muchos más motivos para odiarte que yo. Personas a las que arrebataste la vida, la familia, el trabajo, el país. Gente a la que torturaste, fusilaste, metiste ratas por la vagina, obligaste a traicionar a sus compañeros, a sus familiares, a sus seres queridos. Me es muy difícil así decirte esto es una cosa entre tú y yo porque, comparado con tus compatriotas, lo que me hiciste a mí es ridículo. Pero cada uno vive alrededor de su mundo y a mí me destrozaste la juventud, fíjate qué tontería, en lugar de dejar que lo hiciera la Paqui o María del Mar o cualquiera otra que me rompiera el corazón, que es lo que tiene que ocurrir a los trece años.
Porque yo tenía 13 años recién cumplidos y creía en la vía democrática hacia el socialismo. Hoy en día eso parece increíble, pero Franco estaba a punto de morirse y España era muy diferente a cómo es ahora. Yo, fíjate, pobre ingenuo casi niño, creía en la leche para todos los niños de Chile y en que tenemos que ser nosotros. Creía en la solidaridad y en el amor que aún no conocía. En que en España también podríamos tener una democracia que sirviera para construir la justicia.
Tenía 13 años y aún no me había besado ninguna chica. Vivía en un país gris, donde llevar el pelo largo era motivo suficiente para que homófobos policías homosexuales te vacilaran. Dónde había una ley de peligrosidad social en la que bastaba tu pinta para encarcelarte. Y pensaba que podía cambiarlo, que mi país era mío y me pertenecía el derecho de decidir en paz y en libertad sobre él. Tú me convenciste de que no. De que siempre estarías ahí, con el fusil y el tanque, esperando.
No te lo perdono, Pinocho. Creíamos (ya no hablo solo de mí) que el pueblo unido jamás sería vencido y tú nos convenciste de que el pueblo, si no estaba armado sería aplastado. Nutriste las filas del FRAP y del GRAPO con mis amigos idealistas que no estaban dispuestos a que en España pasara lo mismo que en Chile y cayeron en el tablero de ajedrez que todos los servicios secretos del mundo habían tejido para este país. Algunos siguen entrando y saliendo de la cárcel. Incluso algunos que no estuvieron en esos grupos. Efectos colaterales, supongo. Yo aún he salido bien de esta historia, ellos -también- tendrán más motivos para odiarte que yo.
Y tú lo reventaste todo. Bueno, tú no. Fíjate que paradoja, después, cuando fui más o menos adulto, uno de mis primeros trabajos fue para tus jefes. Y cuando me preguntaron si era un problema para mí trabajar para ellos, yo ya estaba vendido y acobardado y me había cortado el pelo y les dije que no, ningún problema. Tampoco te perdono eso, aunque fuera culpa mía.
Cómo fue culpa mía dejar la lucha decepcionado. No me habías dejado muchas opciones: la lucha armada o el desengaño. No sé si escogí bien. Fue más fácil así, claro. Un curso pagado de programación con los malos usando el ordenador más grande de España (no sólo el dinero compra). Después un trabajo de funcionario en un instituto de secundaria nocturno, después la Universidad. Investigar en Matemática, algo aséptico, que no te metía en líos. Y presumir de anarcopijo delante de las cervezas en las tascas. Me siento un miserable. Soy un miserable.
Quizás. No, quizás, no. Seguro, Es culpa mía. Pero cada vez que llega un once de septiembre, no me acuerdo de la fiesta nacional catalana ni de las torres gemelas cayendo en el downtown de Manhattan. Me acuerdo de ti, cabrón miserable, hijo de puta, arruinailusiones. Y tampoco te perdono eso, porque querría olvidarte. Que nunca hubieras existido.
Pero eso no puede ser. Así que no, no te perdono. Ya que existes, sólo me queda desearte una larga vida. Entre rejas, claro. Vive mil años. Que los fantasmas te atormenten. Te odio, Pinocho, Pinochet, generalito, jódete.
Antonio el Mar Jun 17, 2008 11:48 pm
¡Hola, mi Cai! Este año 2008 te he vuelto a hacer una visita y he tenido la impresión de que quieren borrar todo lo que recuerda al tiempo en el que yo viví contigo, desde finales del año 1939, cuando te pedimos que nos sacaras del infierno que nos martirizaba en Barcelona. Al pasar por la carretera que te une a San Fernando, me he dado cuenta de que los arcos de cemento “tan gaditanos”, que son paralelos a ella y a la vía férrea, ya apenas si se ven. Siempre me han recordado el día en el que me recogiste cuando llegamos desde Barcelona, después de tres días de viaje. Recuerdo siempre cuando mi pobre madre exclamó: ¡Ya estamos en Cai! Para mí esas bóvedas, representaban siempre tus brazos, como si me los hubieras lanzado para salvarnos de aquel infierno. Pasé luego por la Plaza de las Flores para ver tu mercado central y no pude entrar (supongo que te lo deben de estar renovando) y eso es lo que me dio la idea de escribirte esta carta. A esa hermosa plaza de abasto, iba casi todos los días, desde muy corta edad, para ver si encontraba algún tomate podrido o una hoja de lechuga por los suelos, para poder comer (me ha dado la impresión de que me han quitado el plato de la mesa). Me dirigí luego hacia tu linda Caleta y me di cuenta de que el hospital que Moreno de Mora mandó construir para los pobres, lo han trasformado en universidad. Allí, las monjitas de la caridad, me pudieron guardar durante tres meses después de haber sido intervenido por una simple operación de amígdalas, sólo por caridad, para que pudiese comer. También vi el edificio del “Olivillo” que está enfrente al monumento que te ofreció Venezuela; donde después de curarme de mis fiebres tifoideas, me descubrieron un principio de tuberculosis: actualmente, lo veo abandonado. Precisamente, en ese mismo edificio me recibieron los alemanes y los franceses, cuando quise salir como emigrante, para poder buscar un poco de dignidad, ya que en España me la robaron al nacer, puesto que nací en “zona roja” y mi registro de nacimiento lo rellenaron en un idioma que no era el castellano, lo que Franco no quiso reconocer como válido. ¿Qué culpa tuve yo, “mi Cai”, para que me castigaran de esa manera? Me monté en el autobús y me fui a Púntale para ver si aún estaba esa factoría declarada por Franco como “fábrica modelo” ¿Te acuerdas de ella? Se trataba de C.A.S.A. (Construcciones Aeronáuticas, S.A) donde me negaron el derecho al trabajo por mi certificado de nacimiento, lo que me empujó al suicidio, aunque, por suerte, el Delegado del Sindicato me ayudó y, finalmente, entré sin dicha partida de nacimiento. ¡Tú, mi Cai! ¿No me crees? Pues lee este Boletín Oficial del Estado, del año 1938 para que veas que no te miento: http://www.boe.es/datos/imagenes/BOE/1938/048/A00758.tif. Fue en esa empresa “modelo” donde también me negaron un préstamo para poderle comprar un medicamento a mi difunta esposa y donde, en cambio, me lo ofrecieron quince días más tarde para poder asistir a tu célebre trofeo “Ramón de Carranza”. Fue esa misma empresa quien avisó a la policía para que me bajaran del tren cuando intenté salir legalmente de emigrante hacia Alemania, en busca de dignidad. ¿Dónde te han puesto esa EMPRESA MODELO que no he podido encontrar?
Cansado por mis años, me fui a comer al restaurante “La Marea”, el que hace esquina con la calle Brasil y tu maravilloso Paseo Marítimo. Ese sitio lo tendré en mi memoria hasta mi muerte. Miré a los clientes disfrutar de una buena mesa, muy lejos de pensar que ahí mismo, mis compañeros y yo habíamos sufrido terriblemente de hambre y de malos tratos. Hasta me dio la sensación de que estábamos comiendo encima de mi cama con su colchón de paja. En ese mismo lugar estábamos internos en lo que llamaban “Hogar Escolar José Antonio Primo de Rivera” de Auxilio Social, al que muchos consideraban como Colegio, Hogar o Colonia y que, para nosotros, sólo era un campo de concentración oculto al mundo entero. Actualmente, solamente se acuerdan que existió las personas de mi edad, puesto que todo ha desaparecido, hasta sus archivos, en los archivos municipales. ¿Te das cuenta, mi Cai? ¿Por qué razón lo han escondido si decían que era una ayuda para nosotros, los huérfanos de la guerra? A mis 73 años de edad cercanos, se me saltaron hasta las lágrimas cuando pisé ese restaurante, mientras veía a todo el mundo disfrutar, sin pensar que para nosotros ese lugar sólo fue un sitio de tortura.
Pero no te pongas triste, mi Cai, por esto que te cuento. Hay algo que al salir de la visita que te hice, me enjuagó las lágrimas y recuperé mi sonrisa: al pasar por Puerto Real, dirigiéndome hacia “Las canteras”, otro lugar que nunca olvidaré, vi con alegría que la escuela que inauguré en el 1949 con el nombre de Escuela de Formación Profesional “Fermín Sanz Orrio” aún existe en la actualidad, a pesar de que le han hecho muchos cambios y de que hoy se llama “Instituto de Enseñanza Secundaria Virgen del Carmen”. Esa fue la única suerte que tuve en España. Allí me trataron como un alumno más, sin malos tratos y como una persona. Era la primera vez que dormía y que comía como un humano, donde aprendí un oficio que me permitió defenderme por el mundo y poder vivir con dignidad. Tú sabes muy bien, mi Cai, que fue Franco quien la mandó construir. Pero tú no sabes que no la hizo para los niños como yo. Sólo fui un intruso que se aprovechó, legalmente, de la única suerte que se me presentó en mi patria.
Te pido una cosa que llevo muy dentro de mí. No permitas, mi Cai, que te quiten esa escuela. Es muy posible que aún exista algún niño de nadie como yo lo fui.
No te pongas triste, mi Cai, con esto que te he contado. Consérvate alegre, aunque seas pobre, como tú siempre me enseñaste. Y para que veas que siempre te he obedecido, me despido de ti con esta canción que tú tanto conoces y que yo he modificado:
Yo te juro mi Cádiz………………….que no te miento.
Que aunque quieras olvidarme…….te llevo siempre en el pensamiento,
Y cuando escucho tu nombre………..yo soy feliz.
Porque tú eres la tierra……………….donde (Tengo que buscar una nueva frase….)
(El resto, tú lo conoces)
Mi patria son las calles Brasil y Muñoz Arenillas, concluyó el melenudo mientras apuraba el porro.Publicada en el número de Primavera 2021 del TeVEo.
General Muñoz Arenillas, le espetó desganadamente el facha. Los otros tres, con pintas diversas, le miraron pensando que siempre erraba los blancos. Hubieran esperado una defensa enfervorizada del amor a la Patria, con mayúsculas. Así la discusión les hubiera sacado un rato del aburrimiento.
El silencio cayó sobre ellos mientras el hachís hacía su efecto. La tarde caía y, sin decirse una palabra, se dirigieron de mutuo acuerdo a la playa a ver la puesta de sol. A pesar de su juventud, eran muchos años juntos y no necesitaban casi hablarse. Se conocían de memoria.
Aunque no era necesario, saltaron la valla del orfanato en lugar de ir por la calle de las casitas bajas. El levante levantaba la arena del pedregoso campo de fútbol que siempre estaba vacío. Saltaron la otra valla apartando el seto y salieron a la ancha acera, desierta a esas horas de la primavera. Cruzaron la calle sin mirar. No pasaban coches. Rodearon las casetas para apalancarse detrás de una barca y liar otro porro.
No hay otro lugar como éste, volvió a hablar el melenudo. Un coro suave de gruñidos asintió. El sol caía perezoso sobre el Atlántico. La tarde se volvió naranja, rosa y morada. Otra tarde más.
Este fin de semana volví. La multitud invadía bares y restaurantes en los bajos comerciales de los edificios de doce pisos. Los neones estaban encendidos aunque aún faltaba una hora para el ocaso. Los coches se abrían paso a bocinazos. Un mercadillo de productos orientales de bajo precio y tallas africanas ocupaba la acera y entorpecía el paseo. La patria del melenudo parecía algo tan utópico y lejano como la inutilidad de amar a cualquier otra patria.
Tú estabas en Londres abortando el hijo que nunca tuvimos -aquí no se podía abortar legalmente, aunque se hacía en condiciones inhumanas-. No habíamos salido al extranjero. A ti te echaron las monjas del colegio y te mandaron a casa, pero te fuiste al Parque de los Príncipes a fumar porros. Yo estaba perdiendo al ajedrez cuando empezó a sonar la música militar en la radio del bar. A ti, que compartiste mi vida tantos años, aún no te conocía. Tú habías huido de mí y lo viste con la boca abierta y alucinada en una televisión australiana donde nunca daban noticias de España. La gente, silenciosa, acumulaba comida en los supermercados y nosotros no teníamos dinero -fin de mes para estudiantes de principio de los ochenta- ni televisor para ver las noticias. Pasamos la noche en casa de unas vecinas treintonas, pegados a una televisión que recuerdo en blanco y negro, no sé si por Objetivo Birmania, porque así estaba mi alma o porque realmente era en blanco y negro. Pensamos en irnos a Portugal. Buscamos un amigo con coche. Estábamos en las listas. Había listas.Se ha convertido en tradición. Este texto se publica anualmente en esta bitácora desde el 23-F de 2006.
Ahora tu marido -al que entonces aún no conocías- se está muriendo poco a poco. Tú te acabas de separar. Yo me sigo creyendo el mismo, aunque no tengo el pelo largo y casi no tengo pelo ya. A ti te conocí y te perdí, creo que afortunadamente para los dos. De ti no sé casi nada, sólo que estás muy delgada y que vives en Cádiz después de haberte ido tan lejos. Tengo la nevera llena y un cajón con velas, pilas y linternas por si hay una catástrofe. Y un grabador de DVD con disco duro. Voy a Portugal a dirigir tesis doctorales. Tengo un coche. Nunca juego al ajedrez. Mi alma tiene días en blanco y negro, pero ahora esos días los veo con colores sucios.
Ellos pasaron pocos años en las cárceles (se les aplicó el código del 73 que ahora se reinterpreta para otros terroristas). Comían marisco que les llevaban de los mejores restaurantes y tenían celdas individuales amplias y limpias.
A nosotros nos enseñaron que la libertad tiene un límite que nunca nos permitirán traspasar. Hace venticinco años. Yo tenía veinte y me iba a comer el mundo. Ese día me di cuenta que ese bocado era demasiado duro. Que los Hombres Grises nunca me dejarían.
Se publicó en el número 8 de Tiempo de Tango, boletín de La Secta del Cuchillo y del Coraje, de Cali, Colombia. Aquí se ha publicado varias veces, la última en 2012, el día en que Discepolín hubiera cumplido 111 años. Javier Merchante, maestro y actor, hizo una fantástica versión hablada en su blog La Taberna del Callao.
Sola, fané
y descangayada
la vi esta madrugada
salir de un cabaret.
Flaca, dos cuartas de cogote,
y una percha en el escote,
bajo la nuez.
Buena, no iba sola, sabes. Pero el tipo, que resultó ser su marido, era bajito, viejo y feo. Con mirada atravesada, como queriendo ser malo pero sin conseguirlo. No era de madrugada, sino a la luz del día y no era un cabaré, sino la boda de uno que fue amigo de los dos.Pero todo lo demás resultó ser cierto. Cargada de espaldas, quizás por el peso de los años o de la enfermedad, vestida como de señora antigua. No de pebeta, como dice el tango. De pebeta vestía cuando estaba conmigo y bien guapa que estaba, rediós. Recuerdo cómo nos miraba la gente al vernos pasar (yo tambiénestaba hecho un buen mozo, sabes) cogidos de la mano y siempre mirándonosa los ojos.
Chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando su desnudez;
parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
el cuero picoteao.
Yo que se cuando
no aguanto más,
al verla así rajé,
pa' no llorar.
Tampoco fue pa' llorar, carajo. Mira que he oído veces el bendito tango éste. Y nunca pensé que lo pudiera aplicar a mi vida. No niego haberlo deseado, desde luego. ¡A quién no le ha plantao una muchacha cuando pibe! Y ha oído "Esta noche me emborracho", ebrio,desde luego, y ha pensado, veremos dentro de diez años, tú,fatal y yo estaré como hoy, no, como antes de que me dejaras.
No. Estaba mal, desde luego. Hasta me lo comentó alguien que la conocía poco y de hace poco: "Qué desmejorada que se la ve". Perodiscreta, sin lujos ni desnudeces, ni teñida. Con su pelo de ala de cuervo, un poco entrecanoso ahora. Compadreando, sí. Huyéndome la mirada cuando llegué, sí parecía un gallo desplumao.
Ya no era la reina de otros tiempos, cuando su risa llenaba las salas y sus ojos oscurecían las lámparas. Estaba como apagada, rodeada de gente aún mayor que ella, ella que siempre se rodeaba de juventud y de alegría.
Pero no era pa' llorar. No me dio el corazón ese vuelco de los encuentros casuales, ese susto que te deja un segundo dudando antes de volver y decirte: "No pasa nada"
Y pensar que hace diez años
fue mi locura.
Que llegué hasta la traición
por su hermosura.
Que esto que hoy
es un cascajo,
fue la dulce metedura
donde yo perdí el honor.
Diez años, la pucha. Ayer mismo faltaba yo al trabajo para ir a recogerla a Atocha y han pasado diez años... Y está hecha una pena. Y qué me gusto del tango éste siempre lo de la dulce metedura. De verdad que era dulce cuando lo era.
Que chiflao por su belleza,
le quite el pan a la vieja,
me hice ruin y fechador.
Más que fechador, embustero. Bueno, qué diantre, sí. También esto es verdad. Pero tampoco fue lo que yo imaginaba cuando lo oía en el tocadiscos con quince años. Y la mayor parte de las fechorías se las hice a ella. Y a otras, por estar con ella.
Con la vieja no peleé mucho. A la vieja, pobrecita, algún dios la guarde, le gustaba mucho para mí. Pero nunca se entendieron. Las dos me querían tanto...
Y eran tan distintas. La vieja, con sus pieles y con sus joyas, quería hacerla toda una señorita. Y ella, tan de pueblo, tan sencillota, no se encontraba.
Que quedé sin un amigo,
que viví de mala fe.
Que me tuvo de rodillas,
sin moral, hecho un mendigo,
cuando se fue.
Ahí sí, ves. Un mendigo, de rodillas, sin un amigo. Qué mal que lo pasé. Y lo peor fue que no fue ella la que se fue. Me fui yo.
Y queriéndola, ¿sabes? Eso fue lo más difícil. Porque ella no se lo creyó, pero yo la quería tanto como ella a mí. Pero no éramos el uno para el otro. Cuando estábamos bien el mundo era nuestro, pero eso eran pocas horas. Cualquier cosa era suficiente para... Pero bueno, qué te voy a contar. No te interesan las peleas de antaño y además, quieras que no, le debo un respeto y las broncas de enamorados no se cuentan nada mas que al confesor o al analista.
Pero eso sí, qué mal que lo pasé. Todo el día borracho, por esas calles malas del centro. Sin trabajar nada mas que lo justo pa' que no me botaran. Gracias a mi hermano, que si no es por él...
Nunca creí
que la vería
en un requiescatinpace
tan cruel como el de hoy.
Mire si no es para suicidarse,
que por ese cachivache,
sea lo que soy.
Y ahora, ya ves. Lo que soy. Me va bien, estoy con otra, que es estupenda. No es la misma explosión, desde luego, pero es como más tranquilo, más sosegado. No se te vaya a escapar nada de esto.
Sí, ella lo sabe. Pero cree que me he olvidado del todo. Y sí que me he olvidado, ¿no?. Me ha dao pena verla así y que a ella no le vaya tan bien como a mí, ¿sabes?, pero eso es todo.
No, no pensaba verla así. Pero cruel como el de hoy es un poco exagerao. No ha sido duro. Lo peor, sentir que aquella chispa ya no existe. O lo mejor, debería decir. No me mires así.
Fiera venganza la del tiempo
que te hace ver deshecho
lo que uno amó.
Lo que uno amó... Dicen que no se puede amar dos veces. Qué sólo una vez es la buena, sabes, y que las demás son reflejos o huidas. Pero debe ser mentira. Yo he querido tanto. De diferentes maneras, claro. Y ahora, estoy bien. Pero aquello era distinto.
Y este encuentro
me ha hecho tanto mal
que si lo pienso más
termino envenenao.
Y esta noche
me emborracho bien,
me mamo bien mamao,
pa' no pensar.
También pensaba siempre que me iba a emborrachar si algún día tuviera "el encuentro". Pero ni eso voy a hacer, sabes. Bueno, otra copa, sí, pero sólo una, que mañana hay que trabajar.
No, no me mires así. Es el humo. Hombre, un poco conmovido sí que estoy, pero no es para tanto. Tienes que entenderlo, mira, hacía mucho tiempo que no la veía y verla así... Y luego, tu idea de venir a este lugar. No sabía que acá hacían tangos. Es bonito el sitio.
No, hombre, no, que es el humo. Ya te he dicho que no me mires así.
CRÉDITOS:
Banda Sonora: ESTA NOCHE ME EMBORRACHO
Música y letra de Enrique Santos Discépolo.
Compuesto en 1927.
Estrenado por Azucena Maizani.
Grabado por Ignacio Corsini el 9/5/1928.
Carlos Gardel lo grabó el 26/6/1928.
Monólogo: Bela Rosety (Zifra), 8/2/97.
Todas las ausencias son temporales
has de saber
que un día
me iré como tú
o quién sabe
olvidaré que te has ido
u olvidaré que existías
te olvidaré como madre
- la cabeza agujereada por la proteína Tau -
ha conseguido ser féliz
olvidando que ya no estás.
Pero
mientras tanto
te sigo echando de menos.
No vivió mil años. Y además, ya no tengo al Profe para comentarme la historia.11-S (1973): Vive mil años
Te odio. No debería decir esto, ni debería contárselo a nadie, pero es verdad. Te odio. Como nunca he odiado a nadie. Ni a las mujeres que me han hecho daño sentimental (y han sido muchas, porque quiero mucho a las mujeres) ni a los hombres que me han estafado (y han sido muchos, hasta que perdí la fe en la humanidad).
Nadie me ha hecho lo que tú me hiciste. Y no tengo derecho a decírtelo, porque hay gente, personas, humanos, que tienes muchos más motivos para odiarte que yo. Personas a las que arrebataste la vida, la familia, el trabajo, el país. Gente a la que torturaste, fusilaste, metiste ratas por la vagina, obligaste a traicionar a sus compañeros, a sus familiares, a sus seres queridos. Me es muy difícil así decirte esto es una cosa entre tú y yo porque, comparado con tus compatriotas, lo que me hiciste a mí es ridículo. Pero cada uno vive alrededor de su mundo y a mí me destrozaste la juventud, fíjate qué tontería, en lugar de dejar que lo hiciera la Paqui o María del Mar o cualquiera otra que me rompiera el corazón, que es lo que tiene que ocurrir a los trece años.
Porque yo tenía 13 años recién cumplidos y creía en la vía democrática hacia el socialismo. Hoy en día eso parece increíble, pero Franco estaba a punto de morirse y España era muy diferente a cómo es ahora. Yo, fíjate, pobre ingenuo casi niño, creía en la leche para todos los niños de Chile y en que tenemos que ser nosotros. Creía en la solidaridad y en el amor que aún no conocía. En que en España también podríamos tener una democracia que sirviera para construir la justicia.
Tenía 13 años y aún no me había besado ninguna chica. Vivía en un país gris, donde llevar el pelo largo era motivo suficiente para que homófobos policías homosexuales te vacilaran. Dónde había una ley de peligrosidad social en la que bastaba tu pinta para encarcelarte. Y pensaba que podía cambiarlo, que mi país era mío y me pertenecía el derecho de decidir en paz y en libertad sobre él. Tú me convenciste de que no. De que siempre estarías ahí, con el fusil y el tanque, esperando.
No te lo perdono, Pinocho. Creíamos (ya no hablo solo de mí) que el pueblo unido jamás sería vencido y tú nos convenciste de que el pueblo, si no estaba armado sería aplastado. Nutriste las filas del FRAP y del GRAPO con mis amigos idealistas que no estaban dispuestos a que en España pasara lo mismo que en Chile y cayeron en el tablero de ajedrez que todos los servicios secretos del mundo habían tejido para este país. Algunos siguen entrando y saliendo de la cárcel. Incluso algunos que no estuvieron en esos grupos. Efectos colaterales, supongo. Yo aún he salido bien de esta historia, ellos -también- tendrán más motivos para odiarte que yo.
Y tú lo reventaste todo. Bueno, tú no. Fíjate que paradoja, después, cuando fui más o menos adulto, uno de mis primeros trabajos fue para tus jefes. Y cuando me preguntaron si era un problema para mí trabajar para ellos, yo ya estaba vendido y acobardado y me había cortado el pelo y les dije que no, ningún problema. Tampoco te perdono eso, aunque fuera culpa mía.
Cómo fue culpa mía dejar la lucha decepcionado. No me habías dejado muchas opciones: la lucha armada o el desengaño. No sé si escogí bien. Fue más fácil así, claro. Un curso pagado de programación con los malos usando el ordenador más grande de España (no sólo el dinero compra). Después un trabajo de funcionario en un instituto de secundaria nocturno, después la Universidad. Investigar en Matemática, algo aséptico, que no te metía en líos. Y presumir de anarcopijo delante de las cervezas en las tascas. Me siento un miserable. Soy un miserable.
Quizás. No, quizás, no. Seguro, Es culpa mía. Pero cada vez que llega un once de septiembre, no me acuerdo de la fiesta nacional catalana ni de las torres gemelas cayendo en el downtown de Manhattan. Me acuerdo de ti, cabrón miserable, hijo de puta, arruinailusiones. Y tampoco te perdono eso, porque querría olvidarte. Que nunca hubieras existido.
Pero eso no puede ser. Así que no, no te perdono. Ya que existes, sólo me queda desearte una larga vida. Entre rejas, claro. Vive mil años. Que los fantasmas te atormenten. Te odio, Pinocho, Pinochet, generalito, jódete.
Vieja señora de la polka y de Mahler,
yo vengo buscando a la madre de Rembrandt,
a la que creó a Goethe y a los carnavales,
la que tumbó a tiranos e inventó la imprenta.
No soy de la Europa de los tercios de Flandes,
de la banca suiza ni el tercer imperio,
la que mató a sus hijos en el campo de Marte
y tenía respuesta para cada misterio.
Vengo del secreto de la Monalisa,
de los días azules de Antonio Machado,
le rezo a los templos que no tienen prisa
y siempre perdonan mi mayor pecado.
Yo soy de la Europa de los cabarets,
la que nunca quemó ni a libros ni herejes
ni decidió las guerras a la hora del té
o fabricó la troika del tejemaneje.
Yo soy europeo del mayo francés
de abril, de Portugal, de los claveles,
de quienes no llegan a fin de mes
pero dan la cara cada quince eme.
Más de Fellini que del Vaticano,
prefiero el sirtaki a bailar la oca,
un vals de Viena y no alzar la mano
y al lado del Támesis besarte en la boca.
Alma de clochard y de buquinista,
soy una novela de Georges Simenon.
sólo amo las banderas de los anarquistas
y el sí de las niñas que antes dicen no.
Soy el pianista del ghetto judío,
un moro en Venecia, un turco en el Rhin,
y viajo en el tren donde iban los míos
que ahora de nuevo se tienen que ir.
Yo soy la Alhambra y los puentes de Praga,
un helado que sabe a menta y limón,
un jipi que vende pulseras de alpaca
frente al banco central de la corrupción.
Te regalo el anillo de los nibelungos,
la tiara del Papa, las islas del Sena,
con tal de que cambies el rumbo del mundo
y el sueño de Europa merezca la pena.
Las palabras pueden herir, el silencio puede curar. Saber cuando hablar y cuando no hablar constituye la sabiduría de los sabios.¡Qué poco hemos aprendido en casi seiscientos años!
El conocimiento puede frenar. La ignorancia puede liberar. Saber cuando saber y cuando no saber constituye la sabiduría de los profetas.
Sin el freno de las palabras, el silencio, el conocimiento o la ignorancia, una hoja afilada corta limpiamente. Esa es la sabiduría de los guerreros
a Gelu,con amor.
Rompe el silencio solemne de la vacía casa,© J.R.P.S.
Tú estabas en Londres abortando el hijo que nunca tuvimos -aquí no se podía abortar legalmente, aunque se hacía en condiciones inhumanas-. No habíamos salido al extranjero. A ti te echaron las monjas del colegio y te mandaron a casa, pero te fuiste al Parque de los Príncipes a fumar porros. Yo estaba perdiendo al ajedrez cuando empezó a sonar la música militar en la radio del bar. A ti, que compartiste mi vida tantos años, aún no te conocía. Tú habías huido de mí y lo viste con la boca abierta y alucinada en una televisión australiana donde nunca daban noticias de España. La gente, silenciosa, acumulaba comida en los supermercados y nosotros no teníamos dinero -fin de mes para estudiantes de principio de los ochenta- ni televisor para ver las noticias. Pasamos la noche en casa de unas vecinas treintonas, pegados a una televisión que recuerdo en blanco y negro, no sé si por Objetivo Birmania, porque así estaba mi alma o porque realmente era en blanco y negro. Pensamos en irnos a Portugal. Buscamos un amigo con coche. Estábamos en las listas. Había listas.Se ha convertido en tradición. Este texto se publica anualmente en esta bitácora desde el 23-F de 2006.
Ahora tu marido -al que entonces aún no conocías- se está muriendo poco a poco. Tú te acabas de separar. Yo me sigo creyendo el mismo, aunque no tengo el pelo largo y casi no tengo pelo ya. A ti te conocí y te perdí, creo que afortunadamente para los dos. De ti no sé casi nada, sólo que estás muy delgada y que vives en Cádiz después de haberte ido tan lejos. Tengo la nevera llena y un cajón con velas, pilas y linternas por si hay una catástrofe. Y un grabador de DVD con disco duro. Voy a Portugal a dirigir tesis doctorales. Tengo un coche. Nunca juego al ajedrez. Mi alma tiene días en blanco y negro, pero ahora esos días los veo con colores sucios.
Ellos pasaron pocos años en las cárceles (se les aplicó el código del 73 que ahora se reinterpreta para otros terroristas). Comían marisco que les llevaban de los mejores restaurantes y tenían celdas individuales amplias y limpias.
A nosotros nos enseñaron que la libertad tiene un límite que nunca nos permitirán traspasar. Hace venticinco años. Yo tenía veinte y me iba a comer el mundo. Ese día me di cuenta que ese bocado era demasiado duro. Que los Hombres Grises nunca me dejarían.
Solo una cosa no hay
y es el olvido
(J. L. Borges)
Despertó sin saber dónde estaba. Antes de abrir los ojos ya notó que no reposaba en su cama. Entreabrió los párpados y casi vio un techo rotundamente blanco. Sin sobresaltarse (viajaba mucho y no era una sensación extraña) intentó recordar. No pudo. Pensó en su nombre: Jaime. Saberlo lo tranquilizó. ¿Qué había hecho la noche anterior? Ni idea. Cumpleaños, lugar de nacimiento: sin problemas. Una humilde ciudad costera, hacía 29 años, 6 meses y 19 días. Se movió despacito e intentó incorporarse.
Oyó la voz de Claudio, su único hermano. “También lo recuerdo”, pensó.
–Mira, parece que ya despierta.
Movió los ojos en la dirección de la voz. Distinguió una sombra casi luminosa con la inconfundible silueta de su hermano menor. ¿Qué hacía Claudio en su dormitorio? O en El Dormitorio, fuera cual fuera.
–No te muevas, Jaime. Espera que llamo a la enfermera.
¿Enfermera? ¿Un hospital? ¿Un accidente? ¿Una operación? Un atisbo de miedo le recorrió los nervios.
–Todo ha salido bien.
¿Qué es lo que ha salido bien? Empezó a preocuparse. Repasó la fórmula de la integral por partes. Era su particular versión de “cuenta hasta diez antes de actuar”. Intento preguntarle a Claudio qué era exactamente lo que había salido bien, pero tenia la boca pastosa y no pudo emitir ningún sonido.
La enfermera llegó. Otra sombra blanca. Menos difusa. La visión iba enfocándose. La notó trastear con los aparatos... ¡Estaba conectado a aparatos! Luego enfocó sus pupilas con una pequeña linterna. El resplandor lo cegó.
–¿Cómo se encuentra?
Intentó hablar de nuevo
–Ag...ua.
–Aún no puede beber. Tendrá que esperar media hora, a que se pase un poco el efecto de la anestesia. El doctor vendrá en unos minutos y hablará con usted –dijo, mientras le pasaba una gasa húmeda por los labios.
¿Anestesia? Una operación, entonces. ¿Enfermedad o accidente? Maldita memoria... Tenía que haber sido algo grave. Hacía años que la mayor parte de las operaciones las realizaban bionanobots que generaban inhibidores neurológicos para impedir el dolor.
Intentó relajarse. No sentía dolor. La vista ya había enfocado y veía a su hermano sonriéndole, con una tranquilidad contagiosa. Repasó sus sentidos: oía perfectamente, podía oler el típico olor de hospital, una mezcla de desinfectantes químicos con un fondo de medicamentos. Movió los dedos de las manos y de los pies. Todos respondieron. No notaba ninguna sensación extraña en el cuerpo, ningún tirón o escozor en la piel. Pensó asustado en los genitales pero por lo que podía notar no había ningún problema. Acercó lentamente la mano derecha a su pene. Estaba en el lugar correcto, fláccido pero con sensaciones.
Miró a su hermano y le sonrió, pidiendo explicaciones con la mirada. Claudio acercó una silla y le cogió la mano.
–Bueno, ya pasó. ¿Ha sido fácil, no?
Vio reflejada en la cara de su hermano su expresión de incredulidad. Antes de que Claudio pudiera hablar, se oyeron unos pasos apresurados y entró un médico en la habitación. Echó un vistazo a las pantallas y se dirigió a su hermano:
–Estará un poco aturdido durante unas horas, pero eso es frecuente en las operaciones de olvido. Todo ha salido perfectamente. Éxito total. Ahora mismo, los bionanobots se están disolviendo. Podría irse a casa esta misma tarde, pero preferimos que se quede esta noche en un entorno controlado mientras se acostumbra a la nueva situación. En unos minutos lo subiremos a planta.
Jaime se sintió molesto porque el médico lo ignoraba. Quería que hablara con él. Como si fuera telépata, éste se volvió hacia él y siguió hablando.
–¿Se encuentra confuso, verdad? Es lo habitual. Cuando esté en planta me pasaré por su habitación y podrá preguntarme lo que quiera. Pero recuerde, hemos hecho lo que usted quería que hiciéramos. Esperamos que esté contento con el resultado. Nos vemos en un rato.
Con la misma celeridad que había entrado, se dio la vuelta y desapareció. Jaime se dio cuenta que había sido un perfecto monólogo: él no podía hablar aún con la boca seca, pero su hermano no había tenido ninguna oportunidad de meter baza en la conversación. Lo miró y se sonrieron. Seguro que Claudio estaba pensando lo mismo.
Así que una operación de olvido. Eso lo explicaba todo. Sabía que eran operaciones que se hacían rutinariamente desde hacía años y que eran de las pocas que seguían requiriendo anestesia general. Una anestesia muy potente, para que la red neurológica estuviera semiparalizada mientras los bionanobots hacían su trabajo de poda de recuerdos. ¿Qué sería lo que había querido olvidar? Empezó a repasar su vida, pero se encontraba muy cansado. Aliviado por el conocimiento de que no hubiera sido ni una enfermedad ni un accidente, cerró los ojos y cayó en suave duermevela.
***
Las operaciones de olvido eran posibles gracias a dos de los grandes descubrimientos científicos del siglo XXI: el escáner cerebral completo y los bionanobots. Las técnicas de Ingeniería Biomédica habían avanzado en el segundo cuarto de siglo a una velocidad inimaginable unas decadas antes. Los estudios de Langa, Cera y Tononi sobre la conciencia, junto a las nuevas técnicas de imagen médica neurológica de González, Jiménez y King más el estudio de las sinapsis de Valley y Offbread habían conseguido una definición casi molecular del cerebro humano.
Por otro lado, la nanotecnología había conseguido construir sistemas de máquinas moleculares capaces de intervenir las células del cuerpo humano. La aplicación de las mismas a la cirugía revolucionó la medicina: las reparaciones vasculares se convirtieron en una rutina y las células cancerosas se eliminaban sin necesidad de tratamientos agresivos desde mediados de siglo.
Más difícil fue la actuación sobre el cerebro. Sin embargo, a partir de 2070 se pudo detener el deterioro debido al Alzheimer en fase temprana. Cincuenta años más tarde, se podía trabajar sobre recuerdos individuales y sólo era una cuestión de tiempo y de dinero la creación de un protocolo para amputar recuerdos relacionados con una situación, lugar, persona u objeto determinados. Para ello era necesario un estudio previo del escáner cerebral completo usando marcadores de radiofrecuencia, otro tipo de bionanobots. Una vez perfectamente establecidas las sinapsis responsables de los recuerdos, se programaban los bionanobots de poda. Estos eran unas máquinas moleculares con una estructura similar a la de los virus, pero sin capacidad de autoreplicación. Su “código genético” –basado en tetraedros de ARN con los nucleótidos modificados para que no pudieran interactuar con el código humano–sólo contenía las instrucciones de funcionamiento. No podían sobrevivir fuera del cerebro del enfermo para el que habían sido fabricados y se disolvían en unas horas. Se introducían con un nebulizador a través de la nariz y se dirigían directamente a las sinapsis que tenían que cortar y puentear.
Pensados en principio para atenuar o eliminar los traumas de víctimas de violaciones, abusos o secuestros, el mercado encontró pronto un hueco y las operaciones de olvido selectivo se hicieron relativamente frecuentes a partir de 2130. No sin las habituales algaradas por partes de las iglesias, de las sectas y de los movimientos naturalistas.
***
Jaime despertó en otro lugar. La luz era natural y estaba tamizada por unas cortinas de plasteno estampado. La habitación era mucho más agradable. La sequedad de boca había desaparecido. Supuso que había bebido agua sin ser consciente de ello mientras estaba semidormido. Se encontraba lúcido y tranquilo. Miró a su alrededor sin incorporarse. Claudio leía un artículo científico de su especialidad: Metafísica Cuántica. En papel. Un anacronismo de los suyos. Podía distinguir el reverso desde la cama y los inconfundibles gráficos del tema. O quizás fuera Mecánica Cuántica, pero en ese caso Claudio lo estaría consultando en su agenda. Era profesor en la Universidad Politécnica de Sevilla y un gran investigador. Estaba concentrado, con los labios fruncidos, posiblemente atascado en algún párrafo espeso.
No había nadie más. No tenía más parientes ¿POR QUÉ? y era muy posible que los amigos no hubieran recibido autorización para visitarlo tan pronto. O que no fuera hora de visita. ¿Qué hora era? Intentó calcularla por la luz, pero no tenía referencias. Última hora de la mañana o primera de la tarde. No quería interrumpir a Claudio. Éste hizo un gesto de desagrado y pasó página. Levantó los ojos.
–¡Hola!
Jaime sonrió. La presencia de su hermano siempre le tranquilizaba. Era un hombre calmado, alto, cuyo pelo rubio empezaba a clarear y un poco pasado de peso. Tenía unas manos grandes que movía pausada, pero continuamente.
–¿Cómo te encuentras?
–Bien
–¿Qué día es hoy?
“¡Qué pregunta más rara!”, pensó Jaime hasta darse cuenta que su hermano estaba sopesando el alcance de la operación y de la recuperación. Decidió engañarlo.
–Martes 13. Septiembre de 2163.
Claudio dio un respingo. Jaime sonrió ampliamente y los hombros de su hermano se relajaron.
–¡Mamón!
–Jeje. Si sólo he dormido un día, debería ser jueves, 5 de julio de 2164. Lo que no sé es la hora.
Un rápido vistazo a la agenda.
–Es casi la hora élite. Lástima que no podamos tomarnos una cerveza.
–¿Por qué no?
–Es un hospital.
–Pero tendrá cafetería.
–No creo que te dejen levantarte tan rápido, la anestesia, ya sabes...
–Me encuentro perfectamente.
La conversación fue interrumpida por una enfermera bajita que entró sigilosamente. Ambos hermanos la miraron con expectación.
–No me miren así, sólo vengo a comprobar las constantes.
–¿No están telemonitorizadas? –dijo Claudio.
–Por supuesto, pero el prestigio del hospital nos obliga que una enfermera se pase cada hora por las habitaciones. Tranquiliza a los acompañantes.
–¿Puedo tomarme una cervecita? –intervino Jaime.
–¿No prefiere usted un cubata? Servimos unos gintonics extraordinarios en esta planta. –le respondió la enfermera con una amplia sonrisa. –Mejor hable con el médico, es casi la hora de visita.
–Eso haré. –refunfuñó el paciente, mientras Claudio sonreía a la enfermera, que no le perdía ojo.
Jaime asistía divertido a la escena. Su hermano se enamoraba perdidamente todos los meses de la “mujer de su vida” y parecía que iba a intentar empezar una nueva historia. Quiso echarle una mano.
–¿Cómo se llama usted?
–Ángela.
–Como mi madre, –aprovechó el hermano la ocasión –un nombre muy adecuado para una enfermera.
Ángela sonrió. Claudio se quedó mirando su sonrisa, hipnotizado. Luego ella se dio la vuelta y salió de la habitación, mientras la mirada de Claudio la perseguía y Jaime miraba a Claudio, pensando “otra vez”.
Se fue quedando adormecido poco a poco. En duermevela, soñó con playas, budas gigantes y puestas de sol. Una palabra no se le iba de la cabeza: Aomori. Una ciudad japonesa, un puerto al norte de la isla de Honshu cuyo nombre significaba bosque azul. Estaba con alguien, pero no lograba recordar con quién.
Despertó inquieto. “Eso es lo que he querido olvidar”. Recapacitó: “No. He querido olvidar a alguien”.
Lo sobresaltó la entrada de Ángela en la habitación.
–No debería hacer eso todavía.
–¿El qué?
–Intentar recordar lo que ha olvidado.
–¿Cómo sabe que estaba haciendo eso?
–Cinco años en la planta de Bionanoneuro.
–Era una mujer…
–Dicen que siempre es una mujer, pero no es verdad. Si supiera lo que he visto olvidar…
–¿Dónde está Claudio?
–Ha ido a comer, como estaba usted dormido… –respondió Ángela demasiado rápidamente, mientras se sonrojaba.
Jaime sonrió. Al menos iba a estar entretenido con esos dos mientras estuviera en el Hospital. Ángela se acercó a la cabecera de la cama y manipuló brevemente el panel.
–Todo está bien. Seguramente mañana el Doctor Díaz—Moreno le dará el alta.
–Estupendo.
La enfermera sonrió (profesionalmente, pensó Jaime) y salió de la habitación. Jaime intentó dormir, pero los no-recuerdos le tenían obsesionado. Cenas con amigos (tenía amigos y los recordaba: Eva, Rafa, Manolo, Nieves…); viajes (Nueva York, Islandia, Marruecos, Praga…); el apartamento donde vivía sólo en el centro de la ciudad; su trabajo en la Universidad (soy matemático, pensó con alegría recordando satisfacciones pasadas que le había dado la investigación); un piso más grande, cerca del apartamento actual donde había vivido unos años con… ¿con quién?
Los huecos en los recuerdos no dolían. Todo encajaba perfectamente, pero en las escenas que imaginaba parecía haber una sombra en el límite del campo de visión. “Ángela me dijo que no debería hacer esto”, pensó. Pero no podía evitarlo. Buscar el fantasma.
Una mujer, sin duda. Mi mujer. Saboreó la pena que no sabía a qué era debida. Música de tangos muy antiguos. Puestas de sol. Una sensación de culpa indefinida.
Una llamada en la puerta le asustó y le hizo incorporarse. Se mareó un poco. Llevaba mucho tiempo tendido, decidió. Enfocó la vista y vio a dos mujeres aproximadamente de su edad, vestidas con ropas elegantes pero prácticas y baratas. Una de ellas le enseñó una placa.
–¿Jaime Rendón?
–Soy yo. ¿Qué desean?
–Sólo unas preguntas, –dijo la más joven –sabemos que acaba de salir de una operación y no le molestaremos mucho.
–¿De qué se trata?
Se removió inquieto en la cama, un poco azorado por estar con la bata ligera de hospital abierta por detrás delante de dos desconocidas.
–Angustias Toledo.
–No sé de qué me habla, disculpe. Aún estoy confuso por la anestesia.
–¿No se acuerda de Angustias? Fue su mujer durante cuatro años y ayer encontramos su cadáver.
A mi madre, a quién el olvido le ahorró muchos sufrimientos.
Aunque me dé la espalda de cemento,
me mire transcurrir indiferente,
es ésta mi ciudad, ésta es mi gente...
y es el lugar donde a morir, me siento.Eladia Blázquez
Un número infinito de matemáticos entra a un bar.
El primero dice : "Tomaré una cerveza".
2º: "Tomaré media cerveza".
3º: "Tomaré un cuarto de cerveza".
Y así sucesivamente...
El camarero golpea dos cervezas en la barra. "Ustedes necesitan conocer sus límites".
Novela sobre viajeros en el tiempo... a la española. Y esto no tiene ningún doble sentido, ni peyorativo, ni ningún otro. Es un dato objetivo; la acción de Hacia el teorema del punto fijo se desarrolla en las minas asturianas y en los parajes que las rodean. ¿Es esto bueno, malo, o indiferente?; pues depende de la calidad de la novela, no de su ubicación.
Hay gente a la que sí le echa bastante para atrás que el autor sea español, y que además sitúe su acción en localidades conocidas. Bueno, es un prejuicio que modestamente estamos tratando de desarraigar desde estas líneas. Reseñamos las novelas como tal, y no porque sean de tal o cual autor, o se desarrollen en una localización u otra. Hay autores que jamás pisarán la Tierra, y otros que prácticamente no saldrán de ella; asimismo, pueden usarse localizaciones más o menos exóticas, o cotidianas. Me viene ahora a la memoria una gran novela de Gabriel Bermúdez Castillo, Salud mortal, en la que desarrolla una dictadura médica en una España del futuro próximo más concretamente con sede en Madrid. Asimismo, el comienzo de La mirada de las furias, de Javier Negrete, se da en España, aunque enseguida se traslade la acción a otros planetas. Luego tenemos, evidentemente, libros como Cuentos fantásticos de la España profunda, cuyo título lo dice casi todo. Y hay más, tanto en relatos como en novelas. Pero como ejemplo ya tenemos suficiente, ¿no? ... (leer completa en cYbErDaRk.net)
Todas las ausencias son temporales
has de saber
que un día
me iré como tú
o quién sabe
olvidaré que te has ido
u olvidaré que existías
te olvidaré como madre
- la cabeza agujereada por la proteína Tau -
ha conseguido ser féliz
olvidando que ya no estás.
Pero
mientras tanto
te sigo echando de menos.
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