Contrario a la supuesta tradición católica, el matrimonio canónico fue hasta la mitad del siglo XIX más la excepción que la norma. El viejo dicho "matrimonio por patrimonio" era literalmente verdad; solamente las clases pudientes se casaron, o sea, en el principio los reyes y los nobles, y más tarde se incorporaron poco a poco la burguesía, la clase media profesional y, ya en el siglo XIX, las clases medias bajas y, finalmente, los obreros. Hasta entonces la inmensa mayoría de las parejas vivían en lo que hoy en día sería considerado "concubinato" (durante el primer milenio, el matrimonio "privado", o sea el intercambio de votos de los contrayentes sin el beneficio del clero, era considerado válido) reconocido tácitamente en el derecho consuetudinario, el cual daba ciertos derechos a la mujer (mi señora) como el deber del padre de mantener a sus hijos. Como, sorprendentemente, el matrimonio no se convirtió en sacramento hasta la primera fase del Concilio de Trento (1545-1547), el concubinato no había excluido, y no excluyó hasta el Vaticano I, a los concubinarios de los demás sacramentos. El concubinato nunca fue un simple emparejamiento y casi siempre contaba con el beneplácito de los padres de los "contrayentes". Uno de las razones porque el matrimonio canónico se generalizó tan tarde fueron las exorbitantes tasas parroquiales que había que sufragar, totalmente fuera del alcance de los pobres. Por extraño que puede parecer hay indicaciones de que la fidelidad entre los concubinarios era muy superior a la de los casados.Leer completo en Matrimonio y divorcio
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