Cambalache 3,14 - La vidriera irrespetuosa


Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.

Ya nunca juego al ajedrez (23-F)

Tú estabas en Londres abortando el hijo que nunca tuvimos -aquí no se podía abortar legalmente, aunque se hacía en condiciones inhumanas-. No habíamos salido al extranjero. A ti te echaron las monjas del colegio y te mandaron a casa, pero te fuiste al Parque de los Príncipes a fumar porros. Yo estaba perdiendo al ajedrez cuando empezó a sonar la música militar en la radio del bar. A ti, que compartiste mi vida tantos años, aún no te conocía. Tú habías huido de mí y lo viste con la boca abierta y alucinada en una televisión australiana donde nunca daban noticias de España. La gente, silenciosa, acumulaba comida en los supermercados y nosotros no teníamos dinero -fin de mes para estudiantes de principio de los ochenta- ni televisor para ver las noticias. Pasamos la noche en casa de unas vecinas treintonas, pegados a una televisión que recuerdo en blanco y negro, no sé si por Objetivo Birmania, porque así estaba mi alma o porque realmente era en blanco y negro. Pensamos en irnos a Portugal. Buscamos un amigo con coche. Estábamos en las listas. Había listas.

Ahora tu marido -al que entonces aún no conocías- se está muriendo poco a poco. Tú te acabas de separar. Yo me sigo creyendo el mismo, aunque no tengo el pelo largo y casi no tengo pelo ya. A ti te conocí y te perdí, creo que afortunadamente para los dos. De ti no sé casi nada, sólo que estás muy delgada y que vives en Cádiz después de haberte ido tan lejos. Tengo la nevera llena y un cajón con velas, pilas y linternas por si hay una catástrofe. Y un grabador de DVD con disco duro. Voy a Portugal a dirigir tesis doctorales. Tengo un coche. Nunca juego al ajedrez. Mi alma tiene días en blanco y negro, pero ahora esos días los veo con colores sucios.

Ellos pasaron pocos años en las cárceles (se les aplicó el código del 73 que ahora se reinterpreta para otros terroristas). Comían marisco que les llevaban de los mejores restaurantes y tenían celdas individuales amplias y limpias.

A nosotros nos enseñaron que la libertad tiene un límite que nunca nos permitirán traspasar. Hace venticinco años. Yo tenía veinte y me iba a comer el mundo. Ese día me di cuenta que ese bocado era demasiado duro. Que los Hombres Grises nunca me dejarían.
Se ha convertido en tradición. Este texto se publica anualmente en esta bitácora desde el 23-F de 2006.

2023-02-23 10:59 | Categoría: | Enlace permanente | Etiquetas: | Y dicen por ahí

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